viernes, 2 de octubre de 2020

UN “TURISTA” EN LA PAZ A FINALES DEL SIGLO XIX



Visitando el puerto en el siglo antepasado

Eliseo Santana A.

Muy interesante el relato que José María Barrios De Los Ríos hace en su libro “El país de las perlas”, Barrios De Los Ríos llega a nuestro puerto de La Paz  a finales del siglo XIX.

Me llama la atención su particular forma de “observarnos”, además de las comparaciones que hace de “nuestras costumbres” y forma de vivir, con las del resto de la población del país.

Para entenderlo, debemos “ubicarnos” en su época, en su tiempo.

Intentare hacer una transcripción textual, aunque algunas partes del escrito son ilegibles, por lo que me disculpo.

Transcripción de la página 19 a la 32

“Un paseo matutino por la ciudad es mi primera operación del día siguiente…

Pero ruego a los lectores para quienes sea desconocida la región en que me encuentro, que no esperen de este libro la narración de cosas extraordinarias, ni simplemente notables. Cabalmente el atractivo que tiene para mí el escribirles, es que casi nada hay que decir, sino la exposición de un viaje en que no he visto nada…

Aquí no hay edificios que describir. Ni antigüedades que desenterrar, ni monumentos que descubrir ni apenas historia que recordar… un territorio inmenso, mas grande que Inglaterra y poco menos que la mitad de España, donde viven dispersos en villas humildes, en aldehuelas desoladas y campos incultos algunos poquísimos miles de almas; montañas desnudas, playas ardientes y arenosas, desiertos perennemente secos, mares agitados de procelas y vientos; días de radiosa blancura y noches de soledad encantadora: esto es todo.

Y así, á la buena de Dios, como quien entra de una ruidosa feria al claustro de un convento de capuchinos, contare con la simplicidad misma de las cosas comunes y ordinarias de la vida, lo que se desliza a mi rededor, abandonando de buen grado lo gigantesco y maravilloso, á aquellas plumas que para menearse sobre el papel necesitan estruendos, auroras boreales, erupciones volcánicas, ó bien sabias curiosidades, nebulosos logogrifos y aterradoras historias…

Cogido de mi brazo de mi cicerone, abogado ilustrado de la metrópoli, nacido en las playas meridionales de Méjico y huésped de pocos meses de la península, doblo difícilmente, por la arena que cubre el piso, la cuestecita que conduce a mi alojamiento á la loma en que esta la plaza…

Porque ha de saberse que La Paz está fundada sobre dos lomas, que no han recibido bautismo. Los de la plaza y calles contiguas llaman al conjunto de casas del lado opuesto, la otra loma; y los de este rumbo designan á los otros de la misma manera. Es el cuento de aquel buen hombre que preguntaba:

¿Dónde es la acera de enfrente?

Allá - le respondían indicándosela.

Y luego se iba allá y volvía a preguntar:

¿Aquí es la acera de enfrente?

No, allá, terminaban en decirle… y no se daba modo de comprender el pobre palurdo.

La paz resulta para la población de tres mil almas, una ciudad inmensa, pues ocupa su caserío cosa de cuatro kilómetros cuadrados. Mi cicerone le llama la ciudad de los paréntesis, porque del frontis de cada casa sigue un sola; de suerte que las casas son pocas y se levantan en grandes extensiones de terreno.

En la plaza de Velasco, única del puerto, me siento en un banco de madera, frente a la iglesia. ¿Pero dónde está la población? Pregunto con deseos de ver gente. Miro a todos lados: de la iglesia no sale un alma, ni entra ninguna tampoco; los andenes del jardín están solitarios; de las calles adyacentes nadie desemboca en la plaza, y a lo lejos, en las aceras de palo, no se oyen pasos de transeúntes. Desde las siete, que salí del hotel, hasta ahora las nueve y cuarto, no he visto ni un hombre, ni una criada, ni un perro. El silencio del sepulcro en torno mío: porque tampoco se escucha ruido alguno, fuera del lejano y escaso rumor del agua en los bajos de la playa. Echamos andar á la ventura por las calles sin nombre, aunque numeradas en serie ordinal, primera, segunda, etc. las puertas están cerradas, las ventanas tienen corridas las persianas ó celosías; no se ve nada para adentro. Atisbo por los cercos de estípites: solo se percibe la vida de la población por el humo que sale de las cocinas, por uno que otro cerdo que gruñe y por gallináceas que pican desperdicios en las corralizas. He oído tres o cuatro veces cantar gallos y ladrar los perros; á mis oídos llega un sonoro mugido, y á poco distingo el relinchar de caballerías…

Y nada más. Con estas novedades me vuelvo a mi alojamiento. Hago tranquilamente lo que hacía Cádalso todas las mañanas con un huevo

(Ilegible) …. Pasado por agua, blando y caliente.”

Salgo en seguida á hacer mis visitas y á entregar mis cartas. Por la tarde verifico otro paseo urbano, y por la noche me encierro, como todo el mundo, porque la obscuridad, los arenales, las calles empinadas y el desconocimiento de la topografía, exigen que poco a poco, y por ensayos y tanteos progresivos me vaya separando de las modalidades que por ahora me impone mi nueva residencia… así transcurrió… (ilegible)… recibo y los cuartos de dormir, el corredor alegre, alto, lleno de luz y bien ventilado, que sirve también de comedor, y el patio con la cocina, la caballeriza, la zahúrda, el molino, á veces el huerto y el baño. Sus colores amarillo en las barandas de tiras de madera, de un metro de altura que circundan los patios, azul o verde claro en los frontis rosa y blanco en los corredores y rojo en los tejados, les dan un aspecto alegre, realzado por una limpieza que no se encuentra en muchos lugares del interior de la república, sin ir más lejos, en algunos villorrios y poblachos nauseabundos que rodean Méjico. Esta cualidad de los californios se advierte no solo en sus habitaciones, sino en sus personas y hasta en sus animales. No he visto aquí los hombres con calzón de manta, mugrosa camisa y sombrero infumable de la capital, ni las mujeres desgreñadas y haraposas que pululan en la metrópoli llevando á las espaldas á sus hijos y en la cabeza cosas que venden.

Los buzos y marineros más humildes portan blusa de lienzo, camisa aplanchada de lustre y pantalón de casimir en invierno, y de una tela llamada mezclilla ó lona marina en verano; sus hijos y esposas cubren las espaldas con un chal de lana o seda, desdeñando el nada elegante rebozo, calzan sus pies con zapatos de la tienda, abominando el horripilante chancla, y se visten en cuanto es posible rumbo a la moda, con gracia, si bien sea pobremente. Aunque las más de ellas ofician de criadas en las casas grandes, no tienen su dormitorio en el hogar de sus amos, sino en casa de sus padres o parientes.

Estas humildes familias que se sostienen con la pesca, la marinería fiscal y particular, de la carga y descarga en el muelle y de los servicios domésticos, encierran en sus llanas y modestas residencias cuantas comodidades pueden adquirir en proporción equitativa a las clases más elevadas.

Sus casas tienen la misma distribución y la dependencia que las otras, con la salvedad de los techos de palma, los pilares de horcones y las paredes de madera. Poseen maquinas Singer para coser, comen en mesa enmantelada, usan vajilla de losa y cubiertos y duermen en catres de campaña, de lona, cuerdas o tiras de cuero. Así, una civilización más adelantada que en los estados interiores de la nación, se nota sin esfuerzo en las familias pobres de esta costa, donde jamás se ven los repugnantes cuadros de comer en cuclillas, con los dedos, y acostarse en el suelo pelado como cerdos. Viviendo estas gentes un plácido confort, prolongan sus días, tienen constantemente el humor alegre, y se procrean y se multiplican que es un contento: casi todas las mujeres llegan a parir a diez o más hijos; algunas; todavía buenas mozas, cuentan hasta diez y seis alumbramientos, y no es raro que en la misma casa habiten rebozando de salud y felicidad los biznietos, los padres, los abuelos y los bisabuelos.

La longevidad de los ancianos es comunísima: de ciento cuatro a ciento diez y siete años conocí en la península más de veinte ejemplares.

De las antiguas tribus indígenas que poblaron primitivamente esta gran región, no queda ningún descendiente aborigen: todos los actuales son criollos, oriundo de españoles en su mayoría, aunque son numerosísimas las familias de otros pueblos de Europa que tomaron aquí asiento desde tiempo casi inmemorial. La desaparición de la raza primitiva se debió primeramente a su escasez y al gran número de emigrantes de España, y en seguida a la persecución de los indios que abandonando el suelo nativo se dispersaron por Sinaloa y sonora. Este último estado a contribuido, desde la sublevación de los yaquis, a un pequeño aumento de población de La Paz, pues diversos grupos de aquellos indios, huyendo de la reyerta y sometidos al gobierno se han establecido aquí, donde forman una barriada numerosa, llamada del Esterito, que cuenta con unas cien familias. Sus jefes se ocupan en el buceo de perlas, en la pesquería y en tripular buques de cabotaje; y las mujeres y niños en servir en las casas como doncellas y pajes. Es de  notarse que esta antigua designación española de los mozos de servicio, que señalamos, con bastardilla, se conserva entre los californios en uso contante y general.

Uno de los renglones indispensables de la vida de la península es el molino de viento, no para utilizarle en molienda de grano, sino para sacar agua.

Siendo esta muy escasa, pues el municipio no cuenta con ningún manantial para el surtimiento de la ciudad; y siendo los salarios muy crecidos, el molino, cuya torre se coloca sobre el pozo, ahorra el estipendio de un jornalero y el comprar agua á algún vecino. La escasez de lluvia los fuertes calores han hecho de esta una tierra muy sedienta, si bien fertilísima; de aquí la necesidad de regar constantemente los huertas y pequeños plantíos. La profundidad del agua en el subsuelo varia entre doce y veinticuatro metros, siendo generalmente delgada y dulcísima y raro que se halle a mayor profundidad, aun en los puntos mas lejanos de la playa…..

La canoa es otro articulo de rigurosa necesidad entre las familias: las acomodadas poseen embarcaciones de regular porte, en que hacen el cabotaje entre puertos vecinos, o con que allegan a sus almacenes los víveres de sus marinos o buzos. Para los pobres cuando están de vagancia, pues no todo el año tienen ocupación en las expediciones de buceo, la canoa pescadora provee copiosamente sus mesas de mariscos sabrosos, y vendiendo el resto en el mercado, ayuda a suplir el salario  en las periódicas cesantías. Cuando el jefe de la casa ha partido á una expedición, no por eso la canoa queda improductiva, pues la utilizan los muchachos yendo á esteros y marismas á coger careyes, y cavuamas, dos especies de tortugas abundantísimas en todo el litoral, ó bien se alquila la embarcación a los vecinos…..

La parte del solar que no ocupan la cocina, el pozo y los animales, se destina al cultivo de frutales, hortalizas y flores. Se dan en increíble abundancia y de suprema calidad y tamaño todas las frutas de las tierras calientes y templadas, como aguacate, mangos, dátiles, naranjos, huamúchiles, guayabas, limones, ciruelas, toronjas, limas, chirimoyas, plátanos, higos etc. pero lo que marca de un carácter de ubérrima á esta producción, es la exquisita uva de sus vides, de tanta dulzura que empalaga como la miel de colmenas.

El vino que se hace de tan magnificas cepas es de lo mas generoso y puro que pueda imaginarse.

La cosecha de hortalizas es muy escasa, ó bien me parece porque es carísima aquí la verdura, y pocas veces se consiguen frascos de algunos de estos renglones, que los cultivadores conservan en tarros de ingrata salmuera.

Los pastos de las cercanías, de lozanísimo desarrollo el año entero, producen en la vacada sabrosa y fresca leche, que da fama universal a los quesos y a las mantecas de Baja California; y a la carne de las reses hace justicia la estimación de que gozan los ganaderos del territorio…. Así entre las peripecias de la pesca, el cuidado de las gallinas, el ordeñar vacas, el salar el pescado y otros menesteres de la despensa y la familia, la existencia de estas gentes sobrias morigeradas  y trabajadoras, se desliza sin pesares, sin conmociones de lucha, sin contratiempos ni derrotas. Para el Californio todas las cosas y todos los acontecimientos giran en torno a un centro, el hogar, fuera del cual nada supone ni nada valen el mar, la playa, las tierras, las riquezas ni el mundo entero.

Así, esta concepción de la felicidad domestica como el núcleo sagrado de los esfuerzos y aspiraciones de la vida, prestan a estas pequeñas agrupaciones de familias unión invencible, y las precisa á usar con los extraños de un discreto provincialismo que, sin excluirlos de sus satisfacciones ni escatimarles la hospitalidad, los mantiene en delicado y cortés apartamiento, que les permite observar sin prejuicios su carácter y sus costumbres, les fuerza á  amar la tierra y los hace al cabo participantes, á poco tiempo de residencia, de la suavidad y dulzura de aquel medio ambiente…….”

Fin de la transcripción










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