Visitando el puerto en el siglo antepasado
Eliseo Santana A.
Muy interesante el relato que José María Barrios De Los Ríos
hace en su libro “El país de las perlas”, Barrios De Los Ríos llega a nuestro
puerto de La Paz a finales del siglo
XIX.
Me llama la atención su particular forma de “observarnos”,
además de las comparaciones que hace de “nuestras costumbres” y forma de vivir,
con las del resto de la población del país.
Para entenderlo, debemos “ubicarnos” en su época, en su
tiempo.
Intentare hacer una transcripción textual, aunque algunas
partes del escrito son ilegibles, por lo que me disculpo.
Transcripción de la página 19 a la 32
“Un paseo matutino por la ciudad es mi primera operación del
día siguiente…
Pero ruego a los lectores para quienes sea desconocida la región en que me encuentro, que no esperen de este libro la narración de cosas extraordinarias, ni simplemente notables. Cabalmente el atractivo que tiene para mí el escribirles, es que casi nada hay que decir, sino la exposición de un viaje en que no he visto nada…
Aquí no hay edificios que describir. Ni antigüedades que
desenterrar, ni monumentos que descubrir ni apenas historia que recordar… un
territorio inmenso, mas grande que Inglaterra y poco menos que la mitad de
España, donde viven dispersos en villas humildes, en aldehuelas desoladas y
campos incultos algunos poquísimos miles de almas; montañas desnudas, playas
ardientes y arenosas, desiertos perennemente secos, mares agitados de procelas
y vientos; días de radiosa blancura y noches de soledad encantadora: esto es
todo.
Y así, á la buena de Dios, como quien entra de una ruidosa
feria al claustro de un convento de capuchinos, contare con la simplicidad
misma de las cosas comunes y ordinarias de la vida, lo que se desliza a mi
rededor, abandonando de buen grado lo gigantesco y maravilloso, á aquellas
plumas que para menearse sobre el papel necesitan estruendos, auroras boreales,
erupciones volcánicas, ó bien sabias curiosidades, nebulosos logogrifos y
aterradoras historias…
Cogido de mi brazo de mi cicerone, abogado ilustrado de la
metrópoli, nacido en las playas meridionales de Méjico y huésped de pocos meses
de la península, doblo difícilmente, por la arena que cubre el piso, la
cuestecita que conduce a mi alojamiento á la loma en que esta la plaza…
Porque ha de saberse que La Paz está fundada sobre dos lomas,
que no han recibido bautismo. Los de la plaza y calles contiguas llaman al
conjunto de casas del lado opuesto, la otra loma; y los de este rumbo designan
á los otros de la misma manera. Es el cuento de aquel buen hombre que
preguntaba:
¿Dónde es la acera de enfrente?
Allá - le respondían indicándosela.
Y luego se iba allá y volvía a preguntar:
¿Aquí es la acera de enfrente?
No, allá, terminaban en decirle… y no se daba modo de
comprender el pobre palurdo.
La paz resulta para la población de tres mil almas, una ciudad
inmensa, pues ocupa su caserío cosa de cuatro kilómetros cuadrados. Mi cicerone
le llama la ciudad de los paréntesis, porque del frontis de cada casa sigue un
sola; de suerte que las casas son pocas y se levantan en grandes extensiones de
terreno.
En la plaza de Velasco, única del puerto, me siento en un
banco de madera, frente a la iglesia. ¿Pero dónde está la población? Pregunto
con deseos de ver gente. Miro a todos lados: de la iglesia no sale un alma, ni
entra ninguna tampoco; los andenes del jardín están solitarios; de las calles
adyacentes nadie desemboca en la plaza, y a lo lejos, en las aceras de palo, no
se oyen pasos de transeúntes. Desde las siete, que salí del hotel, hasta ahora
las nueve y cuarto, no he visto ni un hombre, ni una criada, ni un perro. El
silencio del sepulcro en torno mío: porque tampoco se escucha ruido alguno,
fuera del lejano y escaso rumor del agua en los bajos de la playa. Echamos
andar á la ventura por las calles sin nombre, aunque numeradas en serie
ordinal, primera, segunda, etc. las puertas están cerradas, las ventanas tienen
corridas las persianas ó celosías; no se ve nada para adentro. Atisbo por los
cercos de estípites: solo se percibe la vida de la población por el humo que
sale de las cocinas, por uno que otro cerdo que gruñe y por gallináceas que
pican desperdicios en las corralizas. He oído tres o cuatro veces cantar gallos
y ladrar los perros; á mis oídos llega un sonoro mugido, y á poco distingo el
relinchar de caballerías…
Y nada más. Con estas novedades me vuelvo a mi alojamiento.
Hago tranquilamente lo que hacía Cádalso todas las mañanas con un huevo
(Ilegible) …. Pasado por agua, blando y caliente.”
Salgo en seguida á hacer mis visitas y á entregar mis cartas.
Por la tarde verifico otro paseo urbano, y por la noche me encierro, como todo
el mundo, porque la obscuridad, los arenales, las calles empinadas y el
desconocimiento de la topografía, exigen que poco a poco, y por ensayos y
tanteos progresivos me vaya separando de las modalidades que por ahora me impone
mi nueva residencia… así transcurrió… (ilegible)… recibo y los cuartos de
dormir, el corredor alegre, alto, lleno de luz y bien ventilado, que sirve
también de comedor, y el patio con la cocina, la caballeriza, la zahúrda, el
molino, á veces el huerto y el baño. Sus colores amarillo en las barandas de
tiras de madera, de un metro de altura que circundan los patios, azul o verde
claro en los frontis rosa y blanco en los corredores y rojo en los tejados, les
dan un aspecto alegre, realzado por una limpieza que no se encuentra en muchos
lugares del interior de la república, sin ir más lejos, en algunos villorrios y
poblachos nauseabundos que rodean Méjico. Esta cualidad de los californios se
advierte no solo en sus habitaciones, sino en sus personas y hasta en sus
animales. No he visto aquí los hombres con calzón de manta, mugrosa camisa y
sombrero infumable de la capital, ni las mujeres desgreñadas y haraposas que
pululan en la metrópoli llevando á las espaldas á sus hijos y en la cabeza
cosas que venden.
Los buzos y marineros más humildes portan blusa de lienzo,
camisa aplanchada de lustre y pantalón de casimir en invierno, y de una tela
llamada mezclilla ó lona marina en verano; sus hijos y esposas cubren las
espaldas con un chal de lana o seda, desdeñando el nada elegante rebozo, calzan
sus pies con zapatos de la tienda, abominando el horripilante chancla, y se
visten en cuanto es posible rumbo a la moda, con gracia, si bien sea
pobremente. Aunque las más de ellas ofician de criadas en las casas grandes, no
tienen su dormitorio en el hogar de sus amos, sino en casa de sus padres o
parientes.
Estas humildes familias que se sostienen con la pesca, la
marinería fiscal y particular, de la carga y descarga en el muelle y de los
servicios domésticos, encierran en sus llanas y modestas residencias cuantas
comodidades pueden adquirir en proporción equitativa a las clases más elevadas.
Sus casas tienen la misma distribución y la dependencia que
las otras, con la salvedad de los techos de palma, los pilares de horcones y
las paredes de madera. Poseen maquinas Singer para coser, comen en mesa
enmantelada, usan vajilla de losa y cubiertos y duermen en catres de campaña,
de lona, cuerdas o tiras de cuero. Así, una civilización más adelantada que en
los estados interiores de la nación, se nota sin esfuerzo en las familias
pobres de esta costa, donde jamás se ven los repugnantes cuadros de comer en
cuclillas, con los dedos, y acostarse en el suelo pelado como cerdos. Viviendo
estas gentes un plácido confort, prolongan sus días, tienen constantemente el
humor alegre, y se procrean y se multiplican que es un contento: casi todas las
mujeres llegan a parir a diez o más hijos; algunas; todavía buenas mozas,
cuentan hasta diez y seis alumbramientos, y no es raro que en la misma casa
habiten rebozando de salud y felicidad los biznietos, los padres, los abuelos y
los bisabuelos.
La longevidad de los ancianos es comunísima: de ciento cuatro
a ciento diez y siete años conocí en la península más de veinte ejemplares.
De las antiguas tribus indígenas que poblaron primitivamente
esta gran región, no queda ningún descendiente aborigen: todos los actuales son
criollos, oriundo de españoles en su mayoría, aunque son numerosísimas las
familias de otros pueblos de Europa que tomaron aquí asiento desde tiempo casi
inmemorial. La desaparición de la raza primitiva se debió primeramente a su
escasez y al gran número de emigrantes de España, y en seguida a la persecución
de los indios que abandonando el suelo nativo se dispersaron por Sinaloa y sonora.
Este último estado a contribuido, desde la sublevación de los yaquis, a un
pequeño aumento de población de La Paz, pues diversos grupos de aquellos
indios, huyendo de la reyerta y sometidos al gobierno se han establecido aquí,
donde forman una barriada numerosa, llamada del Esterito, que cuenta con unas
cien familias. Sus jefes se ocupan en el buceo de perlas, en la pesquería y en
tripular buques de cabotaje; y las mujeres y niños en servir en las casas como
doncellas y pajes. Es de notarse que
esta antigua designación española de los mozos de servicio, que señalamos, con
bastardilla, se conserva entre los californios en uso contante y general.
Uno de los renglones indispensables de la vida de la
península es el molino de viento, no para utilizarle en molienda de grano, sino
para sacar agua.
Siendo esta muy escasa, pues el municipio no cuenta con
ningún manantial para el surtimiento de la ciudad; y siendo los salarios muy
crecidos, el molino, cuya torre se coloca sobre el pozo, ahorra el estipendio
de un jornalero y el comprar agua á algún vecino. La escasez de lluvia los
fuertes calores han hecho de esta una tierra muy sedienta, si bien fertilísima;
de aquí la necesidad de regar constantemente los huertas y pequeños plantíos.
La profundidad del agua en el subsuelo varia entre doce y veinticuatro metros,
siendo generalmente delgada y dulcísima y raro que se halle a mayor
profundidad, aun en los puntos mas lejanos de la playa…..
La canoa es otro articulo de rigurosa necesidad entre las
familias: las acomodadas poseen embarcaciones de regular porte, en que hacen el
cabotaje entre puertos vecinos, o con que allegan a sus almacenes los víveres
de sus marinos o buzos. Para los pobres cuando están de vagancia, pues no todo
el año tienen ocupación en las expediciones de buceo, la canoa pescadora provee
copiosamente sus mesas de mariscos sabrosos, y vendiendo el resto en el
mercado, ayuda a suplir el salario en
las periódicas cesantías. Cuando el jefe de la casa ha partido á una
expedición, no por eso la canoa queda improductiva, pues la utilizan los
muchachos yendo á esteros y marismas á coger careyes, y cavuamas, dos especies
de tortugas abundantísimas en todo el litoral, ó bien se alquila la embarcación
a los vecinos…..
La parte del solar que no ocupan la cocina, el pozo y los
animales, se destina al cultivo de frutales, hortalizas y flores. Se dan en
increíble abundancia y de suprema calidad y tamaño todas las frutas de las
tierras calientes y templadas, como aguacate, mangos, dátiles, naranjos,
huamúchiles, guayabas, limones, ciruelas, toronjas, limas, chirimoyas,
plátanos, higos etc. pero lo que marca de un carácter de ubérrima á esta
producción, es la exquisita uva de sus vides, de tanta dulzura que empalaga
como la miel de colmenas.
El vino que se hace de tan magnificas cepas es de lo mas
generoso y puro que pueda imaginarse.
La cosecha de hortalizas es muy escasa, ó bien me parece
porque es carísima aquí la verdura, y pocas veces se consiguen frascos de
algunos de estos renglones, que los cultivadores conservan en tarros de ingrata
salmuera.
Los pastos de las cercanías, de lozanísimo desarrollo el año
entero, producen en la vacada sabrosa y fresca leche, que da fama universal a
los quesos y a las mantecas de Baja California; y a la carne de las reses hace
justicia la estimación de que gozan los ganaderos del territorio…. Así entre
las peripecias de la pesca, el cuidado de las gallinas, el ordeñar vacas, el
salar el pescado y otros menesteres de la despensa y la familia, la existencia
de estas gentes sobrias morigeradas y
trabajadoras, se desliza sin pesares, sin conmociones de lucha, sin
contratiempos ni derrotas. Para el Californio todas las cosas y todos los
acontecimientos giran en torno a un centro, el hogar, fuera del cual nada
supone ni nada valen el mar, la playa, las tierras, las riquezas ni el mundo
entero.
Así, esta concepción de la felicidad domestica como el núcleo
sagrado de los esfuerzos y aspiraciones de la vida, prestan a estas pequeñas
agrupaciones de familias unión invencible, y las precisa á usar con los
extraños de un discreto provincialismo que, sin excluirlos de sus
satisfacciones ni escatimarles la hospitalidad, los mantiene en delicado y
cortés apartamiento, que les permite observar sin prejuicios su carácter y sus
costumbres, les fuerza á amar la tierra
y los hace al cabo participantes, á poco tiempo de residencia, de la suavidad y
dulzura de aquel medio ambiente…….”
Fin de la transcripción
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