BALCONEANDO
Por Alejandro Barañano
Asomarse a eso que llaman la “nueva normalidad” a muchos nos da miedo,
en principio porque oficializa la idea de que ya nada volverá a ser como lo
hasta ahora conocido; o sea que la vida de aquí en adelante será muy
diferente a la que teníamos cuando la pusimos en pausa hace dos meses atrás.
La expresión en sí misma encierra
una falacia, un artificio, una invención. ¿Qué
puede tener de normal vivir metidos en prácticas y restricciones tan ajenas a
nuestra propia naturaleza? ¿Cómo acostumbrarnos a no poder acercarnos a los
demás? En otras palabras no poder tocar, ni besar, ni abrazar a los que
queremos como premisa sostenida nos resultará insoportable, pues presupone
reprimir nuestros impulsos más naturales y una de nuestras más básicas
necesidades.
¿Cuándo aceptaremos que el cuerpo de otro siempre será percibido como
riesgo, como amenaza? ¿Cuándo aceptaremos que nuestros semejantes hay que
verlos como vectores, como transmisores de un patógeno, como propagador del
virus, de la enfermedad y de la muerte?
¿Quién no sintió en estos últimos días un extraño desasosiego obligado
y esquivar un beso, renegar de un abrazo, o ceder el paso a más de uno para no
respirar junto a ellos?
Por eso, y a medida que nos sumergimos en la aplastante aceptación de
esta realidad nos vamos incorporando a lógicas tan extravagantes como
fastidiosas. Máscaras, jabones, desinfectantes y fumigaciones que nos auguran
la entrada a un tiempo dominado por la fatiga de mantener a raya cualquier
amenaza invisible.
¿Qué puede tener de nuevo la aplicación de políticas, esta vez
sanitarias, que cierran fronteras, limitan libertades individuales, desconocen
derechos personalísimos y naturalizan con las mejores intenciones inéditas
formas de discriminación?
¿Cuál es la novedad que implica una apertura segmentada, guiada por
protocolos y tutoriales que nos irán permitiendo en el mejor de los casos poder
volver a trabajar, a producir, a sostener algunos vínculos hasta ahora acotados?
Definitivamente creo que esto va
para la largo, ello pese a que vivimos
en una era tecnológica tenemos un nivel de incertidumbre notable, pues
mucho de lo que hoy se dice al otro día no es válido, lo que tiene cierta
similitud con una adivinanza.
Por ello cada decisión de apertura que se nos ofrece lleva implícita a
la vez la posibilidad de volver a cerrar. O sea, no hay certeza alguna.
La “nueva normalidad” no incluye la posibilidad de abrazarse ni tan
siquiera de acercarse. Se debe mantener a rajatabla el “sano distanciamiento social”
y, en el caso de tener balcón, un jardín o una terraza, entonces los encuentros
deberán darse desde lejos y en el exterior.
La letra chica de la “nueva
normalidad” ha generado confusión y
debate, pues la sola idea de emparejar dos familias de manera estricta no
parece fácil de implementar. Con tanto divorcio, tanta familia ensamblada y
muchos adolescentes desesperados por reencontrarse con sus amigos, la disputa
por el control de la elección trae más discusiones que alivio.
Está visto que las nuevas formas y criterios de discriminación ahora
vendrán inscritas con el catálogo del Coronavirus. Luego entonces habrá que
estar muy atentos a la llegada de la “nueva
normalidad”; por lo que quien esto escribe mejor seguirá BALCONEANDO. . .
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