Por: Juan Luis Rojas
Aguilar
Hasta finalizar la década de los 30´s del siglo pasado, Bahía
Tortugas era el único campo pesquero de la zona pacífico norte que estaba
medianamente asentado. Una planta empacadora ya se había instalado; el agua y
demás provisiones las traían embarcadas desde el Puerto de San Diego,
California. Había campos pesqueros levantados provisionalmente que eran
alternadamente habitados y abandonados. Los “pontones” eran, hasta la Segunda
Guerra Mundial, el hábitat más usado en esa región por los pescadores de
langosta y abulón, empleados de una empresa japonesa.
Los “pontones” eran viejas embarcaciones habilitadas no para
navegar con autonomía sino para servir de casas flotantes. Eran remolcados por
un barco “madre”, ya con refrigeración, que servía de almacén y transporte, y
los movía cada vez que escaseaba el producto en una zona muy buceada, y los
llevaba hasta una nueva área cercana, virgen. Los “pontones” servían de
habitación, de cocina, de patio y hasta de ring de esos pescadores abuloneros.
Así fue hasta que México se involucró en la Segunda Guerra
Mundial, y los japoneses pasaron a ser enemigos nuestros: todas las
instalaciones y equipos les fueron decomisados, y las concesiones abuloneras
fueron entregadas a cooperativas pesqueras mexicanas que apenas empezaban con
incipiente producción y tecnología muy primitiva o rudimentaria. A partir de
entonces, llegaron las carpas, las que habían sido desechadas de la guerra
mundial, y que sirvieron para el primer asentamiento de las nuevas poblaciones
pesqueras de la “zona pacífico norte”, como se le conocería muchos años después
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