Comparto uno de sus relatos.
GOYITO EN EL POLO NORTE
Si usted tiene a la mano un
mapamundi y busca más arriba del paralelo 87, esa manchita que podría pasar por
una gracia de mosca, debe ser la isla Rudolfa, la más norteña de las islas del
archipiélago de Francisco José, a pocos kilómetros del punto central del polo
norte.
Se asombrará usted al saber que
la islita de nuestro relato no pasa de una superficie de cien kilómetros
cuadrados, tiene una población de poco más de doscientos habitantes de origen
soviético, dedicados a la cría de zorros polares para la industria peletera
rusa.
Se asombrará también cuando sepa
que la casi totalidad de la isla está cubierta de hielo once meses al año. Más
asombro tendrá al saber que el noventa por ciento de la alimentación de los
isleños depende de la abundancia de focas y peces del ártico.
Después de tanto asombro, quedará
usted hecho un témpano tan frío como la mismísima Isla Rudolfa, si recorriendo
al callecita principal del poblado de la minúscula ínsula usted se topa, a boca
de jarro, nada menos que con Goyito Ceseña.
¿Quién es Goyito Ceseña y que
anda haciendo allá?, probemos nuestra capacidad de asombro y echemos un vistazo
a esta verídica historia de temeridad insólita.
Pescador desde la infancia, junto
a su padre don Gregorio, el joven Goyo fue contratado hace algunos años, en 1947,
para prestar sus servicios a una empresa pesquera y empacadora del puerto de
San Diego en los Estados Unidos. Sus familiares, residentes en un ranchito
cercano a la ciudad de San José del Cabo, jamás volvieron a saber de él hasta
hace un par de años que recibieron una descolorida carta enviada desde el
mismísimo polo norte por el aventurero Goyo.
Relatan sus familiares que Goyo
se fue a San Diego California, como grumete de un buque Noruego que bajó hasta
el canal de Panamá, subió por el Océano Atlántico , hasta llegar primeramente
al puerto nórdico de Kovenhavn, que no es otro que la célebre ciudad de
Copenhage en Dinamarca, luego subir hasta Oslo, la capital Noruega, donde
nuestro coterráneo se quedó al garete sin más defensa que la media docena de
palabras inglesas mal aprendidas en San Diego.
Meses después de andar viviendo
casi de limosna, Goyo encontró para su regocijo a dos sacerdotes de origen
español, a quienes oyó hablar en un placita del puerto de Frederikstad. Los
misioneros recogieron amorosamente a Goyito, le proporcionaron abrigo y comida;
para desquitar el sustento, se ocupó durante algún tiempo como mozo del templo
misional del puerto. Un día escuchó a tres pescadores italianos a quienes
entendía un poco y a la mañana siguiente ya iba a bordo de un buque a trabajar
a una empacadora soviética de mariscos, contratado por un tentador salario a
condición de que prestara sus servicios en Zembla, archipiélago nórdico de
grandes islas ubicado más arriba del círculo polar ártico.
Medio muerto de frío, Goyo Ceseña
llegó a fines de 1950 a la factoría, pero poco después fue comisionado junto
con sus amigos (los italianos) a pescar a la más lejana de las islas del
archipiélago y ahí se quedó.
Poco a poco fue acostumbrándose
al terrible frío polar y dieciséis años después, aprendidas algunas palabras y
frases noruegas, se casó con la hija mayor del jefe del campamento y (nadie se
explica como le hizo) ahora es el feliz propietario de la única tienda
minúscula de víveres que hay en la lejanísima helada isla.
Probablemente desde que llegó a
la isla del congelado polo empezó a escribirles a sus familiares, pero las
cartas nunca llegaron a su destino. Fue hasta hace poco menos de seis años que
la madre de uno de los pescadores italianos sostuvo correspondencia con Goyo y,
entre otras cosas, le aconsejó la manera correcta de mandar una carta bien
timbrada hasta su tierra sudcaliforniana.
Prolífico, como todo buen
mexicano, Goyito es el padre amoroso y responsable de seis críos, de pelo
rubio, a quienes les ha prometido un viaje a tierras sudcalifornianas para que
conozcan a sus asombrados parientes. Conociendo la vida intrépida de Goyito
Ceseña, jure usted que un día llegará con sus retoños a San José del Cabo y,
como debemos suponer, regresar luego a donde, como dice en su carta recibida
del polo norte, "le ha ido muy requetebién".
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